La verdad que, por una parte me alegraba que por fin saliese
todo a la luz. Ahora que Inés sabía la verdad, sabía que no estaba loca, que no
eran imaginaciones mías y que Alejo seguía vivo, todo iba mejor. Iván
finalmente sí iba en el avión, pero, por suerte, sólo estaba herido, aunque de
gravedad, pero el médico decía que se recuperaría, aunque tardaría. Su cuerpo
estaba totalmente escayolado y yo iba al hospital a verle cada día. Su sueño de
ser futbolista podía verse truncado por el fatal accidente ya que los
resultados de las pruebas y las revisiones decían que no podría jugar en mucho
tiempo. Yo le ayudaba en lo que podía e intentaba que siempre estuviese bien.
Por otra parte, Alejo y yo estábamos mejor que nunca, todo
iba bien. Había discutido bastante con su familia por toda la mentira y la
gente se había escandalizado bastante con todo esto, pero todo se había
solucionado, por suerte.
Otro día más, volví del hospital, de ver a Iván y llegué a
casa. Alejo y yo vivíamos juntos y estaba a punto de dar a luz. Inés y Jorge se
habían dado una oportunidad y ya llevaban unos meses juntos, y la verdad que
todo les iba fenomenal. Y yo me alegraba por ellos, aunque me sentía impotente
porque, sin embargo, a Iván no le fuesen las cosas tan bien. Él se merecía lo
mejor después de todo lo que había hecho por mí y esas cosas. Siempre había
estado a mi lado aún sabiendo que nunca le querría, al menos no como a Alejo, y
nunca se había rendido. Era un chico 10: guapo, atento, romántico pero sin
pasarse; era un amor, el chico que toda chica querría para sí misma, y yo…que podría
tenerle, no le tenía. Alejo me miró al llegar. Había preparado la comida él
solo, la verdad era que iba progresando para conquistarme todavía más.
-No tengo mucha hambre…de verdad, te lo agradezco, pero hoy
no tengo apetito-dije sin ganas.
-Tienes que comer, Nani, no sólo por ti, si no por el niño-me
miró serio.
En efecto, era un niño, tendríamos un niño, y yo lo tenía
claro. Iván sería su nombre. Después de todo era lo que menos podía hacer, y a
él le haría mucha ilusión ser el padrino. No lo había hablado con Alejo, de
hecho no sabía si le haría mucha gracia, pero, aún así, mi decisión estaba
tomada.
-Está bien, pero sólo unos bocados-dije y comí un poco de la
ensalada que había preparado.
-Pero a la cena, comerás más eh-sonrió y me besó en la
mejilla.
-Te lo prometo, papi-reí.
De pronto sentí una punzada en la barriga. ¿Me habría sentado
mal la ensalada? Suspiré y puse la mano sobre mi tripa. El dolor cada vez era
más fuerte. Me di cuenta de que no era un dolor normal. Estaba teniendo
contracciones. El momento del parto se acercaba y yo no me sentía preparada.
Todavía no. Tenía miedo. ¿Y si no salía bien? ¿Y si nacía con una malformación
o algo? Tomé aire y miré a Alejo. “¿Qué pasa?” preguntó asustado por mi palidez
repentina.
-Que viene…-dije entre suspiros.
-¿Cómo que viene?-preguntó más nervioso de lo normal.
-El niño, Ale, que ya está aquí-grité por un fuerte dolor.
-¿Qué? No, no, no-empezó a moverse por el comedor, nervioso.
-Deja de dar vueltas, ¡y ayúdame!-grité intentando
incorporarme.
-¿Y qué hago? Yo no sé nada de esto, Nani, no estoy preparado
para ser padre-suspiró.
-Sólo…llévame al hospital, ¿vale?-dije mordiéndome
fuertemente el labio por el dolor.
-¿Y si sale mal?-preguntó triste; también era mi miedo, pero
con él a mi lado todo iría bien.
-Saldrá bien, no te preocupes, y tú…tú serás un padre genial.
Ambos lo seremos, seremos los mejores padres del mundo, ¿y sabes por qué?
Porque tendrá unos padres que se quieren y le querrán más a él todavía, así que
no debes preocuparte…en el fondo…cuando…-cogí aire-cuando pasan estas cosas,
todo el mundo cree no estar preparado, pero siempre se está, por si llega el
momento-expliqué.
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