jueves, 14 de noviembre de 2013

Amor Eterno

La verdad que, por una parte me alegraba que por fin saliese todo a la luz. Ahora que Inés sabía la verdad, sabía que no estaba loca, que no eran imaginaciones mías y que Alejo seguía vivo, todo iba mejor. Iván finalmente sí iba en el avión, pero, por suerte, sólo estaba herido, aunque de gravedad, pero el médico decía que se recuperaría, aunque tardaría. Su cuerpo estaba totalmente escayolado y yo iba al hospital a verle cada día. Su sueño de ser futbolista podía verse truncado por el fatal accidente ya que los resultados de las pruebas y las revisiones decían que no podría jugar en mucho tiempo. Yo le ayudaba en lo que podía e intentaba que siempre estuviese bien.
Por otra parte, Alejo y yo estábamos mejor que nunca, todo iba bien. Había discutido bastante con su familia por toda la mentira y la gente se había escandalizado bastante con todo esto, pero todo se había solucionado, por suerte.
Otro día más, volví del hospital, de ver a Iván y llegué a casa. Alejo y yo vivíamos juntos y estaba a punto de dar a luz. Inés y Jorge se habían dado una oportunidad y ya llevaban unos meses juntos, y la verdad que todo les iba fenomenal. Y yo me alegraba por ellos, aunque me sentía impotente porque, sin embargo, a Iván no le fuesen las cosas tan bien. Él se merecía lo mejor después de todo lo que había hecho por mí y esas cosas. Siempre había estado a mi lado aún sabiendo que nunca le querría, al menos no como a Alejo, y nunca se había rendido. Era un chico 10: guapo, atento, romántico pero sin pasarse; era un amor, el chico que toda chica querría para sí misma, y yo…que podría tenerle, no le tenía. Alejo me miró al llegar. Había preparado la comida él solo, la verdad era que iba progresando para conquistarme todavía más.
-No tengo mucha hambre…de verdad, te lo agradezco, pero hoy no tengo apetito-dije sin ganas.
-Tienes que comer, Nani, no sólo por ti, si no por el niño-me miró serio.
En efecto, era un niño, tendríamos un niño, y yo lo tenía claro. Iván sería su nombre. Después de todo era lo que menos podía hacer, y a él le haría mucha ilusión ser el padrino. No lo había hablado con Alejo, de hecho no sabía si le haría mucha gracia, pero, aún así, mi decisión estaba tomada.
-Está bien, pero sólo unos bocados-dije y comí un poco de la ensalada que había preparado.
-Pero a la cena, comerás más eh-sonrió y me besó en la mejilla.
-Te lo prometo, papi-reí.
De pronto sentí una punzada en la barriga. ¿Me habría sentado mal la ensalada? Suspiré y puse la mano sobre mi tripa. El dolor cada vez era más fuerte. Me di cuenta de que no era un dolor normal. Estaba teniendo contracciones. El momento del parto se acercaba y yo no me sentía preparada. Todavía no. Tenía miedo. ¿Y si no salía bien? ¿Y si nacía con una malformación o algo? Tomé aire y miré a Alejo. “¿Qué pasa?” preguntó asustado por mi palidez repentina.
-Que viene…-dije entre suspiros.
-¿Cómo que viene?-preguntó más nervioso de lo normal.
-El niño, Ale, que ya está aquí-grité por un fuerte dolor.
-¿Qué? No, no, no-empezó a moverse por el comedor, nervioso.
-Deja de dar vueltas, ¡y ayúdame!-grité intentando incorporarme.
-¿Y qué hago? Yo no sé nada de esto, Nani, no estoy preparado para ser padre-suspiró.
-Sólo…llévame al hospital, ¿vale?-dije mordiéndome fuertemente el labio por el dolor.
-¿Y si sale mal?-preguntó triste; también era mi miedo, pero con él a mi lado todo iría bien.

-Saldrá bien, no te preocupes, y tú…tú serás un padre genial. Ambos lo seremos, seremos los mejores padres del mundo, ¿y sabes por qué? Porque tendrá unos padres que se quieren y le querrán más a él todavía, así que no debes preocuparte…en el fondo…cuando…-cogí aire-cuando pasan estas cosas, todo el mundo cree no estar preparado, pero siempre se está, por si llega el momento-expliqué.

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